lunes, 8 de octubre de 2007

Ven


Me gustaría proponerte un pacto antes de la última parada, decirte ven, para dejar de lado el sistema obligatorio de intercambios y así dar de baja los andenes. Besarnos hasta que vengan a decirnos basta o hasta que el cielo se haga parte del paraguas que olvidamos encima de la mesa. No hay mejor manera de olvidar el sonido de las bombas que aquella que nos hace disfrazarnos de amantes ocupados, de números dentro de una bolsa que un niño ciego busca por el tacto. Relieve como principio de geografía razonable, eco sobre el suelo en una clase repleta de niños que han perdido la capacidad de oír a causa de la guerra. Encontrar soluciones sigue sin ser la base para resolver el problema. Es un poco más de lo mismo: el niño necesita correr para fortalecer las piernas, fruta en la merienda y pan con mantequilla. Seguridad, necesito seguridad para saltar sin temor a las muletas, al antes de la metralla y al después de la amputación. Estar al borde del barranco es aprender a acostumbrar a nuestro cuerpo al vértigo del miedo a rebotar contra las piedras. No somos una repetición de los errores que otros firmaron, tenemos conciencia además de manos y suerte de cuello y hueco en el ombligo para la penúltima aceituna. Podemos parecer una historia de amor, un principio fácil, un permanecer atentos al temblor, al comienzo del instinto. Pero somos mucho más que un instante de póster. Somos el principio de cambio por la puerta lateral que todos cierran. Nosotros que hemos aprendido a deducir el diccionario a base de ecuaciones, comprendimos con una hora de retraso que las historias de amor no son para pájaros que ya vuelan sino para tortugas.