sábado, 24 de mayo de 2008

Iluminando sombras


Llévame hasta el lugar dónde me descubras las siete verdades, donde debatas conmigo, sentada y sin escrúpulos, qué hago aquí y por qué vine. Y, si es verdad que estoy, me enseñes a ser más veraz que nunca, sin rebozo, evidente. O, al menos, me aciertes a qué he sido convocado.

Sólo sé que tu mirada, esa que sostienes con magnetismo de esfinge, la que me devuelves con el demoledor arrojo de una rapaz hambrienta, la que me acaricia y con la que me buscas, entre millones de ojos, me hace elevarme sobre mi propio cieno. Pujo por gozar de la atención de tus ojos sagaces, que miran desde el pozo de la oscuridad, desde la conmiseración, y desde las secuelas de una amanecer roto y desteñido.

Tu mirada, ésa que quiero, sola y única, no retrocede ni se desdice, se enfrenta a confabulaciones, no se engría, pero, orgullosa, me reconduce y lanza redes infinitas, capurándome. Tus ojos, ésos que me persiguen, devoradores, tenues, prevenidos, que barruntan tempestades, que adormecen a cualquier fiera salvaje, son la delirante certeza de que existo.