sábado, 6 de enero de 2007
Fumar mata
Finalmente he tomado la determinación más apropiada. Ahora me encuentro muy satisfecho con ésta, mi decisión. Voy a encender mi último cigarrillo. Estoy seguro: fumaré por última vez. Y no es que tosa demasiado, ni que me fatigue, ni que me asuste la idea de padecer un cáncer de pulmón. Y no me lo ha prohibido ningún "doctor". Tampoco lo apuraré hasta el final, como no he hecho nunca antes, sin que sienta toda la intensidad y el sabor de la nicotina y del alquitrán fluyendo en mi saliva. Tampoco echaré de menos el mechero de incandescencia, que me ha resultado de tanta ayuda en los días ventosos, en los trayectos cortos al aire libre, al salir del metro o al apearme del autobús. Antes de encenderlo, lo huelo por útima vez, acariciándome la nariz y deslizándolo suavemente de derecha a izquierda. Es curioso, siempre los he apoyado hacia el lado derecho y nunca me gustó sostenerlos en la boca, ni que me los encendiese otra persona, ni que me robasen tan sólo una calada. Por cierto, ¿cuántas caladas durará este último pitillo? Fumo despacio. Mitad de cigarrillo. Seis caladas... Acabo de recordar que estando en Londres... Quedan tres o cuatro caladas. Se acaba. Es curioso, detesto el olor que queda en mis dedos, aunque siempre los apago cuidadosamente. Piso 27. Salto al vacío.