martes, 2 de enero de 2007
La habitación del suicida
Creéis que su habitación estaba vacía.
¡Qué va! Tres sillas con respaldo confortable.
Una lámpara en guerra contra la oscuridad.
Un escritorio, y, encima, una cartera y periódicos.
Un Buda dichoso y un Cristo desdichado.
Siete elefantes de la suerte, y una agenda en el cajón.
¿Creéis que no contenía vuestras señas?
¿No había -creéis- libros ni cuadros ni discos?
Una reconfortante trompeta en unas manos negras.
Saskia con una flor entrañable. Alegría, chispa de los dioses.
Ulises duerme en un anaquel un sueño dulce y reparador
realizados ya los trabajos del quinto libro.
Los moralistas,
escritos sus nombres con letras de oro
en lomos de piel de pulcro curtido.
Al lado, en primera fila, los políticos.
Y sí tenía salida, aunque sólo por la puerta,
y perspectivas, aunque sólo desde la ventana, la habitación aquella.
En el alféizar, las gafas para vislumbrar la lejanía.
Zumbaba una mosca: aún vivía.
Creéis que al menos la carta decía algo.
¿Y si os digo que no había carta?
Muchos somos, los amigos, y todos cupimos
en un sobre vacío apoyado en un vaso.