domingo, 28 de enero de 2007
Game Over
Yo, cuando nací, era y no era muy pequeño. Quizás porque nací a la corta edad de once años en un cementerio. De ahí mi afición por los camposantos. Siempre me cautivaron. Además, pasear por ellos me relaja enormemente. Recuerdo todavía muy vivamente que mis padres adoptivos -aunque por su edad más bien podría decir que se trataba de mis abuelos adoptivos- no salían de su asombro cuando un buen día regresé muy orgulloso a casa con un libro bajo el brazo profusamente ilustrado con preciosas fotografías en blanco y negro sobre diferentes cementerios de mi ciudad. Mis mejores recuerdos se relacionan con los largas horas de meditación entre los cementerios de Sehnde, muy cerca de Hannover, Comillas y cómo no, Oporto. A éste último se accede desde la Rua da Meditação, y de él se dice que a uno de los ilustres cadáveres que lo ocupan le crece la barba y que por esta razón, el sepulturero se la arregla con una precisión minuciosa y diaria. No acabo de entender del todo el por qué, pero últimamente se queman los cuerpos en modernos crematorios de diseño. El ambiente en ellos es extraordinariamente frío y sobrecogedor. Pero lo más sorprendente es que en algunos de estos modernos tanatorios, inocente o irónicamente, emplean fragmentos musicales extraídos de la banda sonora de “La Lista de Schindler”. Entre sollozos, suena una desgarradora melodía al violín… Mientras tanto, un moderno incinerador pirolítico de última generación alcanza la temperatura de “trabajo” a un promedio de 800 grados centígrados y una temperatura de post-combustión de hasta 900 grados centígrados. Cesa la música. ¿Tendrá formato mp3?