Dibujas un límite
en las baldosas del suelo
y te sientas en él.
En silencio,
con la anécdota de Cicerón,
indiferente para los demás.
Brumas para ti. Incapaz
de quebrar el límite.
Y me tienes esperándote,
justo ahí,
con una mirada líquida
a través del cristal,
en la línea que nos separa
de todo lo demás.