sábado, 10 de mayo de 2008
Aire
Cómo te miro, o cómo te miraría horas y horas, desde el autismo más inmóvil, austral y cotidiano, devorando los perfiles, las texturas, los rubores impúdicos de tus atardeceres. Cómo te espero, condenado, o cómo te esperaría, cuidando la fiebre de todas tus fatigas. O cómo te beso, y cómo te besaría, perpetrando el agravio más alevoso que ofenda tus cuatro virtudes, una a una.
Todos, al fin y al cabo, nos enamoramos de un bello ectoplasma, de un impulso que, de pronto, toma forma y se apropia de nuestro mismo hálito, y nos presta gestos y palabras y nos bautiza de nombres ajenos que no existían para nosotros hasta entonces, haciéndonos brindar con un vino excelente, de una cosecha irrepetible y única.
Es el sabor de una vida que pasa, que se desliza sin pretender mas que una música de fondo, tintineante, dulzona y envolvente, como de película antigua con final de beso apasionado.
Lo que se de ti ya me ha contado muchas cosas. El azar nos ha salido a un encuentro que no estaba previsto, es natural, no estás acostumbrado a que te miren, te esperen o te besen. Quizás hayas cerrado la puerta de mi casa.