martes, 6 de mayo de 2008
El oro azul
Durante siglos no has podido elevar la mirada. Te has arrastrado, casi reptando en esta tierra árida, envuelta en el odio del pasado, cuya arena se ha empapado con la sangre indeleble de tus propios hermanos.
Ancianos y niños te han reclamado el agua que no tienes. Conmovida, has resuelto llegar a la frontera misma del pozo de Jacob, linde de encarnizadas luchas. El rencor nunca olvida.
Te has cubierto y velado el rostro. Has apoyado sobre tu cabeza un cántaro, otro en la cadera y enrollado una soga a uno de tus codos. Desde Siquem, mil veces devastada, has emprendido camino.
Sabes que la carne protestará bajo el azote de un viento que abrasará de arena hasta tus labios. Pero debes dar gracias. Eres casi invisible. Eres una pobre mujer de la tierra del monte Garizim, a quien ni alcanza el escarnio. Confía en tu impureza, pues ella será tu verdadero escudo.
No has apartado la vista de los cantos rodados del borde del camino. El sol te ha abrasado y el viento te ha hecho apretar los párpados cansados.
Tras dos días en camino, por fin divisas el brocal.